viernes, 19 de agosto de 2011

LEY DE IGUALDAD Y
JUSTICIA DIVINA
por Wellington Bossi.

¿Dónde está la justicia divina en medio de tantas desigualdades sociales, culturales y morales?

El Libro de los Espíritus nos responde perfectamente a esa pregunta, sin embargo es necesario comprender algunas cuestiones previas. Kardec define el ser humano como un Espíritu encarnado, creado por Dios en un momento determinado, y goza del libre albedrío, agente activo de la ley de acción y reacción. Es tambien eterno en su condicion de Espíritu.
Dios creó y no cesa de crear nuevos espíritus, simples y ignorantes, pero poseedores de todos los ingredientes necesarios para alcanzar la plenitud, la máxima pureza acompañados del despertar de todas sus facultades. Pero Dios no trazó un destino fijo para sus hijos, sino otorgó la capacidad de elegir a cada momento de su destino.
Una vez la rueda de la vida comienza a girar, el espíritu recién nacido dará sus primeros pasos temblorosos, y poco a poco irá escalando la montaña de la evolución espiritual. Ésta se produce, tal cual afirma la doctrina reencarnacionista, uno de los pilares del Espiritismo, en vidas sucesivas. Es decir, el espíritu que posa en la tierra durante 50, 60 años o más, tras dejar su cuerpo sin vida y regresar al mundo espiritual, el mundo real, volverá de nuevo a la tierra en otro cuerpo. Y así cuantas veces sea necesaria hasta haber aprendido lo suficiente.
En ese largo sendero de idea y de regreso, todos los espíritus que los actores que el espíritu realiza conllevan determinadas consecuencias, es decir, a toda causa le sigue un efecto. De nuevo otro pilar fundamental del Espiritismo: la ley de causa y efecto.
De esta forma trazamos nuestro rumbo recogiendo a cada paso del fruto de nuestra existencia anterior. Si plantamos vientos, recogeremos tormentas. Si sembramos paz, recogeremos beatitud. Si matamos por la espada moriremos por la espada. Si despreciamos el prójimo, seremos despreciados. Si malgastamos nuestro tiempo trabajos forzados nos esperan.
Así, es la vida, nos hallamos en las circunstancias precisas que nos llevaran a saldas nuestras deudas contraídas en vidas anteriores, o a gozar de las ventajas que hemos producido en el esfuerzo realizado.
Teniendo en cuenta estas aclaraciones, ya podemos empezar a comprender por qué tenemos una determinada familia, por que nacemos en un medio cultural específico y bajo determinadas condiciones financieras.
Cada Espíritu posee sus propias características y trae consigo una determinada cantidad de experiencias, las cuales proveen de encarnaciones pretéritas. Las reacciones de las acciones del pasado constituyen factores fundamentales que condicionan las nuevas reencarnaciones.
Dios no creó la desigualdad de facultades, sino permitió los diferentes grados de desarrollo estuvieran en contacto afín de que los adelantados pudieran ayudar en el progreso de los mas atrasados, también para que los hombres necesitados los unos de los otros, comprenderán la ley de caridad que debe unirlos. (preg. 805 de El Libro de los Espíritus).

La desigualdad social no es una ley natural, ni tampoco creación de Dios, es una creación del hombre que desaparecerá junto con el orgullo y el egoísmo, afirmaba kardec. El bienestar es relativo, no depende de la condición social. Sí depende de que el hombre se dedique a cosas que le proporcione el bienestar, teniendo en cuenta la ley de acción y reacción.
No muy lejos de la nuestra realidad nos deparamos con dos extremos: determinadas personas provistas de riquezas materiales incalculables, y en contrapartida, otras en la más absoluta miseria.
“Aquel a quien mucho fue dado, mucho será pedido”. Encontramos ante esa visión una oportunidad para que el hombre ayude desinteresadamente aquellos que sufran necesidades básicas, y para éstos, la humildad en aceptar tan generoso ofrecimiento. Sea cual sea la posición en la que encontremos hemos de intentar cumplirla con respecto, humildad, y sobre todo, amor por el semejante.
La superioridad está justamente en esas facultades, aquellas que el Maestro Jesús no enseñó sin imposiciones y sin cualquier distinción. Donde nuestros ojos encuentran injusticia, pueden ser en realidad estemos ante los procesos de la justicia divina ejercido a nuestro favor.
Cuando reencarnamos tenemos la bendición de volver sin traumas del pasado, con la posibilidad de empezar de nuevo una nueva vida, llena de nuevas oportunidades. La grandiosidad del Amor de Dios nos permite pagar nuestras deudas del pasado, pero en suaves prestaciones.
Aun que permanezcamos ajenos a la ley cósmica de la reencarnación, seguiremos bajos sus efectos, gozando de las condiciones necesarias para nuestra evolución espiritual.

Fuente: Revista Actualidad Espirita. http://otusineram.tarregae.org/files/3-20510-annex/actualidad_espiritista_no6.pdf 

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