MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO
Pilatos, volviendo a entrar en el pretorio, y llamando a Jesús dijo: ¿Eres tú el rey de los Judíos? Jesús le respondió: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo mi pueblo habría combatido para impedir que cayese en manos de los Judíos; pero mi reino no es de aquí. Entonces Pilatos le dice: Luego ¿eres rey? Respondió Jesús: Vos habéis dicho que soy rey, pero yo no he nacido, ni he venido a este mundo sino para dar testimonio a la verdad; todo aquel que es amante de la verdad, escucha mi voz. (San Juan, cap. XVIII, v. 33, 36, 37).
Con estas palabras Jesús designa claramente la vida futura, que presenta en todas las circunstancias, como el término hacia donde tiende la Humanidad , y como debe ser el objeto de las principales preocupaciones del hombre sobre la Tierra ; todas sus máximas se dirigen a este gran principio. En efecto, sin la vida futura, la mayor parte de sus preceptos de moral no tendrían ninguna razón de ser; por esto aquellos que no creen en la vida futura, imaginando que sólo habla de la vida presente, no los comprenden o los encuentran pueriles. Este dogma puede ser considerado como eje de la enseñanza de Cristo; por eso está colocado como uno de los primeros en esta obra, porque debe ser el blanco de todos los hombres; sólo él puede justificar las anomalías de la vida terrestre y concordar con la
justicia de Dios. Los Judíos sólo tenían ideas muy inciertas en cuanto a la vida futura; creían en los ángeles, a quienes consideraban como los seres privilegiados de la Creación , pero no sabían que los hombres pudieran ser un día ángeles y participar de su felicidad. Según ellos, la observancia de las leyes de Dios era recompensada con los bienes de la Tierra , con la supremacía de su nación y las victorias alcanzadas sobre sus enemigos; las
calamidades públicas y las derrotas eran el castigo de su desobediencia. Moisés no podía decir otra cosa a un pueblo pastor e ignorante que debía conmoverse, ante todo, por las cosas de este mundo. Más tarde vino Jesús a revelarles que hay otro mundo donde la justicia de Dios sigue su curso; éste es el mundo que promete a los que observan los mandamientos de Dios, y donde los buenos encontrarán su recompensa; ese mundo es su reino; allí es donde está en toda su gloria y a donde regresará al dejar la Tierra.
Sin embargo, Jesús, conformando su enseñanza al estado de los hombres de la época, no creyó deber darles una luz completa que les hubiera deslumbrado sin iluminarles, porque no la habrían comprendido; de cierto modo se limitó a anunciar en principio la vida futura como una ley natural a la cual nadie puede escapar. Todo cristiano cree, pues, forzosamente, en la vida futura; pero la idea que muchos hacen de ella es vaga, incompleta y por lo mismo falsa en varios puntos; para un gran número, sólo es una creencia sin certeza absoluta; de ahí se siguen las dudas y la misma incredulidad.
El Espiritismo vino a completar en este punto como en muchos otros, la enseñanza de Cristo, cuando los hombres estaban maduros para comprender la verdad. Con el Espiritismo, la vida futura ya no es un simple artículo de fe, una hipótesis; es una realidad material demostrada por los hechos, porque son testigos oculares los que vienen a describirla en todas sus fases y con todas sus peripecias, de tal modo que no sólo no es posible la duda, sino que la inteligencia más vulgar puede hacerse una idea de su verdadero aspecto, como si se imaginase un país del cual se leyó una descripción detallada. Ahora, esta descripción de la vida futura es tan circunstanciada, y las condiciones de existencia feliz o infeliz de los que se encuentran en ella son tan racionales, que podemos decir, a pesar de eso, que no puede ser de otra forma, y que está allá la verdadera justicia de Dios.
Fuente: El Evangelio según el Espiritismo.
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