jueves, 26 de diciembre de 2013

El Aborto


Autor desconocido, colaborador de la revisa Visió Espírita.

En primer lugar, y antes que nada, quiero mostrar mi más profundo respeto por todas las personas que en algún momento de su vida se hayan visto obligadas a enfrentarse a la dolorosa situación de tener que plantearse la posibilidad de practicar la interrupción de un embarazo.


Mi mayor interés por encima de todo está centrado en proteger y defender al ser que se está desarrollando en el vientre materno, informando sobre los principios superiores que rigen la Vida, dando a conocer una serie de hechos sobre la realidad espiritual que envuelve al futuro bebé y a los futuros padres; que nos ayuden a entender en toda su dimensión, esa vida que empieza su recorrido en una simple célula hasta alcanzar, nueve meses después, toda la complejidad de un ser humano.


El aborto, como tantos otros temas sin duda delicados, hay que tratarlo y estudiarlo desde la perspectiva espiritual conociendo la auténtica naturaleza del ser humano; su condición de hijo inmortal de Dios, las verdaderas necesidades para su evolución y las leyes que presiden todo el proceso anterior a la concepción y al nacimiento de un nuevo ser para, de esta manera, poder estar en situación de comprender y de valorar lo que verdaderamente significa la interrupción de un embarazo mediante el aborto.
Personalmente estoy convencido de que el conocimiento de las Leyes que regulan la aparición de un ser humano en el plano físico ha de postrarnos llenos de admiración frente a la Sabiduría Divina que rige desde un principio tal proceso; haciendo surgir en nosotros si no el amor, cuanto menos el respeto y toda la consideración hacia ese ser que se está desenvolviendo en el seno materno. 

Amor y respeto que han de estar siempre por encima de nuestros miedos, de nuestras comodidades y de nuestros intereses, transformado ese mundo íntimo negativo, en un mundo renovado de esperanza y de ilusión, que nos permita sentir y entender que ese embrión o feto en las entrañas de la madre no es solamente una vida vegetativa sobre la cual se cree tener poder de decisión absoluto; sino que es algo mucho más grande, mucho más inmenso, que forma parte de nosotros, y no solamente de nuestro presente y futuro más inmediato, sino con mucha probabilidad forma parte también de nuestro pasado.

El Libro de los Espíritus, pregunta 358: ¿Es un crimen el aborto provocado, cualquiera que sea el grado de desarrollo de la gestación?
“Siempre hay crimen, desde que se quebranta la ley de Dios. Y cualquier persona la quebranta quitando la vida al niño antes de nacer, porque impide al Espíritu afrontar las pruebas cuyo instrumento debía de ser el cuerpo.”

A partir de ahora vamos a tratar de profundizar en el sentido de esta respuesta porque, efectivamente, el nacimiento de cada nuevo ser significa proporcionar a un Espíritu una nueva oportunidad para proseguir en su evolución, radicando aquí la verdadera responsabilidad y la gravedad del aborto: en interrumpir el desarrollo de un organismo físico al cual está unido un Espíritu en proceso de reencarnación.

Planificación espiritual. Los procesos de reencarnación pueden tener sus variaciones y sus particularidades dependiendo, principalmente, del grado de evolución del Espíritu reencarnante, de sus méritos o deméritos contraídos y de su mayor o menor  capacidad de cooperación en el desarrollo de dicho acontecimiento. Generalmente, a medida que el Espíritu se eleva en conocimiento y en responsabilidad, mayor será su participación directa y consciente en todas las fases del planeamiento y ejecución de su propia reencarnación, pudiendo intervenir e influir, junto a los mentores espirituales, en la programación de su futura vida en el mundo material.
En términos espirituales, la vuelta al mundo terrenal de un Espíritu se forja mucho tiempo antes de la fecundación física, produciéndose en el plano espiritual todo un intenso trabajo de estudio y de preparación en el que se supervisan innumerables detalles y situaciones que son de vital importancia para el buen desarrollo de todo el proceso reecarnatorio, teniendo siempre presente que:“Todo plan trazado en la Esfera Superior, tiene por objetivos fundamentales el bien y la ascensión; y toda alma que reencarna en el círculo planetario, aún aquella que se encuentre en condiciones aparentemente desesperadas tiene recursos para mejorar siempre”. (Misioneros de la Luz. Chico Xavier/André Luiz).
En este sentido se programa todo lo relativo a los principales acontecimientos que el Espíritu deberá afrontar en su nueva andadura terrena; donde se marcan unos objetivos y prioridades, buscando siempre el escenario más adecuado y que más se ajuste a sus necesidades evolutivas, teniendo siempre en cuenta que este nuevo proyecto reencarnatorio será la consecuencia de toda la suma de aciertos y errores acumulados por el Espíritu en todas sus existencias precedentes.
Núcleo de reencuentro Dentro de esa planificación entra, naturalmente, todo lo que concierne al nacimiento, al núcleo social donde reaparecerá y quienes serán los padres del futuro bebé. Porque un Espíritu no encarna por casualidad en el cuerpecito que se irá a gestar en el vientre de una determinada madre. Ningún Espíritu es ligado a un hogar sin una atracción específica, ni como consecuencia de una casualidad biológica; sino que por el contrario, numerosos factores pueden entrar en juego donde, principalmente, los lazos afectivos o bien los débitos del pasado atraen a la entidad reencarnante hacia el grupo y situación social que precisa.
De manera que cada ser renace allá donde las condiciones le han de ser más propicias para su progreso y donde nuevas oportunidades de aprendizaje y de evolución se le han de presentar. De este modo, el conjunto familiar es una escuela de crecimiento espiritual, consecuencia de unos lazos del pasado, donde se reúnen los espíritus vinculados entre sí por los valores del amor o por los compromisos contraídos.
Por consiguiente, tengamos la seguridad de que en la gran mayoría de las ocasiones ese hijo que hoy nace a la vida física no es un extraño, sino que es un Espíritu con el cual ya se ha mantenido en pasadas existencias importantes relaciones, bien fueran de afecto o de antipatía.
El próximo reencuentro entre nuestros protagonistas comienza, generalmente, cuando los futuros padres aprovechando el desprendimiento por el sueño son conducidos a la presencia del equipo espiritual responsable del proceso reencarnatorio; quien les informa que han sido escogidos para acoger a determinado Espíritu o bien, según el caso, tan sólo es necesario recordar a los padres que ha llegado el momento de cumplir con el compromiso que ya adquirieron ellos en la espiritualidad antes de reencarnar, por el cual aceptaron de antemano recibir a dicho Espíritu como hijo en esta nueva encarnación.




Proceso Reencarnatorio

Una vez establecido todo ello se va produciendo, desde el plano espiritual, un acercamiento paulatino del Espíritu candidato a la reencarnación hacia el conjunto familiar que deberá acogerle, pasando a participar poco a poco de la vida doméstica y comenzando los primeros intercambios de vibraciones, de fluidos, de pensamientos y de emociones con los miembros de su futura familia.
A medida que se va acercando el día de la fecundación, los equipos espirituales especializados promueven un contacto más directo del Espíritu reencarnarte con la futura madre, en el que se origina una creciente interpenetración fluídica entre ambos, que pasa a estrecharse progresivamente, hasta alcanzar y fijarse al óvulo materno que ha de ser fecundado, quedando éste impregnado y magnetizado por los efluvios periespirituales y por las vibraciones propias que transmite el Espíritu.
De esta manera el óvulo en vías de ser fecundado permanece irradiando y reflejando las características particulares del Espíritu, y como un espejo retrata su imagen energética que será, como veremos después, lo que servirá para atraer al espermatozoide que ha de fecundarlo. Pero antes de producirse ese hecho se ha de presenciar en el plano espiritual una de las escenas más hermosas, entrañables y conmovedoras de todo el proceso reencarnatorio, cuando el Espíritu ya con su cuerpo espiritual reducido a la forma fetal es entregado a su futura madre; lo que representa un acto sublime, lleno de amor y de esperanza, en el que se destaca por encima de todo la maravillosa función materna como intermediaria y colaboradora en la obra de Dios para posibilitar la aparición de un Espíritu en el mundo físico, hecho que debería llenar de satisfacción y de felicidad, mas nunca de vergüenza ni de tristeza.


Al respecto nos explica André Luiz: “La futura madre parecía una sacerdotisa del Poder de la Divinidad Suprema. El Espíritu reencarnante se unía a ella como la flor se une al tallo. Entonces comprendí que, desde aquel momento, era alma de su alma, aquel que sería carne de su carne”. (Misioneros de la Luz – Chico Xavier / André Luiz)


Se acerca ya el momento de la fecundación inicio de una nueva vida física, cuando horas después de la unión sexual se produce el gran encuentro entre el  espermatozoide y el óvulo. Acto totalmente falto de democracia, pues no es la casualidad biológica la que determina el espermatozoide que va a fecundar al óvulo donde todos disfrutarían de las mismas oportunidades, ni siquiera el afortunado es el que presenta mejor potencial genético; sino que por el contrario, de todos los millones de espermatozoides la célula femenina seleccionará y atraerá a aquél que contenga los genes que, por sintonía y afinidad, más se ajuste a las necesidades evolutivas y a la situación real del Espíritu reencarnante, la cual como hemos visto antes ya se encuentra marcada en el óvulo, posibilitando de esta manera la formación de un organismo adecuado al cumplimiento del proyecto reencarnatorio en curso.
“La célula masculina que alcance el óvulo en primer lugar para fecundarlo, no será la más apta en el sentido de superioridad, y sí en el sentido de sintonía magnética”. (Misioneros de la Luz – Chico Xavier / André Luiz)
De esta manera en el instante de la fecundación el Espíritu reencarnante es ligado a esa primera célula resultante de la unión entre el espermatozoide y el óvulo,  iniciándose entonces, junto al maravilloso proceso de un nuevo desarrollo embrionario, la reencarnación propiamente dicha en términos físicos, donde a medida que el embrión se va desenvolviendo multiplica el número de células y con ello el cuerpo espiritual aumenta su área de fijación, prendiéndose a las moléculas del cuerpo físico en  formación.
“Desde el instante de la fecundación, el Espíritu designado para habitar en un cuerpo determinado, se une a él por un lazo fluídico, que no es más que una expansión de su cuerpo espiritual, el cual se va estrechando a medida que el germen se desarrolla, de modo que puede decirse que el Espíritu echa raíces en dicho germen como una planta en la tierra, hasta que, una vez completado todo el desarrollo, el niño sale a la vida exterior”.




Genética Humana y Espiritual

Una vez efectuada la fecundación a partir de esa primera célula que se forma, siguiendo todo un proceso continuo en el cual se suceden múltiples transformaciones y modificaciones, el Espíritu va modelando a medida que avanza el fenómeno de la gestación lo que nueve meses después será el nuevo cuerpecito del futuro bebé; valiéndose según las leyes de la genética de los materiales que recibe por vía hereditaria de sus padres hasta finalizar todo su maravilloso desarrollo en la hora culminante del nacimiento, posibilitando con ello la reencarnación de un Espíritu.
Pero durante el proceso de la construcción de su nueva vestimenta física, el Espíritu reencarnante estará siempre limitado y sujeto por su propio estado y evolución, lo que le hará personalizar un organismo carnal en perfecta consonancia con su condición mental, de acuerdo con la orientación y los impulsos propios del molde espiritual que transmitirá al nuevo cuerpo físico todos los detalles particulares del ser y todos los registros acumulados de su pasado, de modo que el nuevo individuo formado después de los nueve meses de gestación jamás será la consecuencia de una casualidad biológica, sino la viva representación de la entidad espiritual.
Se unen y compaginan de esta manera los conceptos de Genética Humana y de Herencia Espiritual: Genética humana que viene dada por las informaciones que transmiten el espermatozoide paterno y el óvulo materno, que determina las líneas de los rasgos físicos del nuevo ser; y herencia espiritual, inherente al propio individuo, que es el resultado de sus adquisiciones en innumerables etapas reencarnatorias, y la que nos enseña que, por encima de todo, el Espíritu es heredero de sí mismo, de todo su pasado, de sus obras y de sus conquistas espirituales.
Aclarar que durante esta fase de coexistencia entre los principios  genéticos humanos y las leyes extrafísicas, existen también las influencias de fuerzas espirituales de orden superior que de acuerdo con los méritos del reencarnante, pueden imprimir modificaciones en la materia o bien seleccionar el espermatozoide más adecuado que ha de fecundar al óvulo, con vistas a favorecer el proyecto reencarnatorio y los objetivos concretos que se pretenden. ¡Nacer, reencarnar!
Por consiguiente, después de todo lo explicado hasta ahora, deberíamos tener plena conciencia de que cuando una mujer está embarazada, lo que se está desarrollando y palpitando en su interior no es una simple aglomeración de huesos, nervios y carne en formación sin más, sino que la realidad espiritual es mucho más seria, hermosa y grande, porque ese feto en constante transformación es el traje vivo de un Espíritu en progresiva materialización dentro del vientre materno, molécula a molécula, célula a célula, órgano a órgano, que necesita someterse a las leyes físicas y biológicas de la materia para finalmente poder Manifestarse como un ser humano.
En definitiva, cuando un bebé nace no es más que un Espíritu preexistente a la cuna y sobreviviente a la tumba en proceso permanente de evolución, que reviste de carne su cuerpo espiritual trayendo consigo todo un patrimonio lleno de vivencias, de sentimientos y de conocimientos propios adquiridos a través de las distintas reencarnaciones experimentadas y en la que esta nueva existencia sólo va a ser otra página más dentro de toda su epopeya como Espíritu inmortal.
Por tanto, una vez cumplidos los nueve meses de gestación, llega el maravilloso momento del nacimiento del bebé y la reencarnación de un Espíritu, lleno de ilusión y de esperanzas para afrontar otra jornada terrestre que le brindará nuevas y valiosas oportunidades para progresar, en las que tendrá pruebas que superar, deudas que rescatar, reencuentros con antiguos afectos y desafectos, momentos de alegría y momentos de tristeza, junto a un sinfín de experiencias para acumular a su ya larga trayectoria. Lo más importante e imprescindible de todo, porque sin lo cual lo demás no sería posible, se ha coronado con éxito y ha sido poder nacer; poder reencarnar.




 La Vida como un Proceso Continuo

Libro de los espíritus nº 360 ¿Es racional guardar al embrión o al feto las mismas consideraciones que al cuerpo del niño que ha vivido?
“En todo ved la voluntad de Dios y su obra y no tratéis, pues, con ligereza cosas que debéis respetar. ¿Por qué no se han de respetar las obras de la creación, incompletas a veces por voluntad del Creador? Ello está dentro de sus designios, que nadie está llamado a juzgar.”
Probablemente, una de las principales controversias y polémicas que se suscitan radica en establecer cuándo realmente empieza la vida y en consecuencia cuándo se puede considerar al embrión o al feto como a un ser vivo con derecho a nacer; y por tanto, hasta cuándo es más o menos legítimo o apropiado practicar un aborto. ¿En el mismo instante de la concepción, en la primera semana…en el primer mes… justo hasta el día anterior al nacimiento? ¿La vida empieza cuando se ha formado el corazón y ya se notan sus primeros latidos? ¿Empieza cuando el cerebro ya está desarrollado? ¿Cuándo empieza la vida? ¿Dónde está la vida?
Una buena mayoría de personas cuando contempla a un embrión de pocas semanas, seguramente debido al rudimentario aspecto y desarrollo morfológico que aún presenta, no es capaz de asociarlo con el futuro bebé que llegará a ser, con lo que en esos primeros días de la gestación quizás les resulta más aceptable o comprensible la interrupción de la misma; mientras que por el contrario si el embarazo ya está en una fase más avanzada y por consiguiente el feto ya tiene una semejanza con la futura forma final del bebé, entonces parece ser que pesa mucho más en la conciencia el efectuar el aborto.
¡Qué más da el aspecto exterior del ser en formación! Si el embrión de pocos días y el feto de nueve meses es exactamente lo mismo, diferenciándose única y exclusivamente por el momento transitorio en que se observa la gestación. ¡Qué gran error del ser humano que se pierde debatiendo sobre dónde y cuándo empieza la vida!
Porque se queda en la superficialidad de los hechos y en la apariencia de la forma física que tiene delante, ignorando que ésta es tan sólo portadora de vida biológica y que para que la persona y la vida se presente en toda su plenitud y dignidad es absolutamente necesaria e imprescindible la presencia de un Espíritu que le confiera la inteligencia, el sentimiento, la voluntad y su verdadera esencia.
Espíritu que es el mismo desde el instante de la fecundación, en el embrión de pocas semanas y en el feto de nueve meses. 
Hoy en día la Ciencia nos afirma que desde que el óvulo es fecundado por el espermatozoide se inicia un desarrollo físico diferenciado de cualquier otro, en el que ya están definidas todas las características de un nuevo ser humano: “Después de la fecundación del óvulo se produce una primera célula llamada cigoto, punto de partida de un desenvolvimiento embrionario con un nuevo potencial genético, siendo único e irrepetible".
Un nuevo tipo de organización inicia la producción de un organismo multicelular con identidad propia, hasta la formación completa del individuo.”(Embriología Humana – Churchill Livinstone)
¿Y qué es lo que marca esta diferencia, otorgando esa identidad única e irrepetible? ¡El espíritu! Porque por encima de esa realidad material de la gestación prevalece otra realidad, espiritual y superior, que rige todo el fenómeno; pues desde el mismo momento de la fecundación ya existe un espíritu unido a esa primera célula, plasmando todo su particular potencial y todas sus características personales, dando inicio de esta manera a una nueva vida física y a una nueva reencarnación.
Vida física que por tanto se inicia en la fecundación, continúa y no finaliza hasta la muerte; de modo que si la naturaleza puede proseguir su curso normal los distintos eslabones que forman la cadena de la vida humana, desde el instante de la concepción hasta completar todo el ciclo son: cigoto, embrión, feto, bebé, niño, adolescente, adulto y anciano.
Es decir, que esa primera célula proveniente de la unión entre el espermatozoide y el óvulo ya concentra en sí misma toda la potencialidad del desarrollo del futuro ser humano.  Y del mismo modo que si un bebé es destruido nunca llegará a ser un adulto, y un adulto si es destruido nunca será un anciano, tampoco un embrión o feto si es destruido nunca podrá llegar a ser un bebé.
Da lo mismo por donde se rompa la cadena, pues para alcanzar un eslabón es necesario primero consolidar el anterior;  todos tienen la misma importancia, porque todos forman parte del mismo proceso que es la Vida humana. Llegado a este punto hemos de ser conscientes de que realizar un aborto es exactamente lo mismo que arrancar la vida a un ser humano, pues tanto en un caso como en el otro la acción cometida y el resultado obtenido es idéntico. Es decir, se destruye de una manera agresiva un organismo físico, independientemente de cuál sea su grado de desarrollo y formación, provocando con ello la rotura violenta de los lazos que unen al espíritu con dicho organismo; con la diferencia de que en el caso de un ser que ya ha nacido se fuerza su desencarnación (su muerte), mientras que en el caso de un ser todavía en el vientre materno, se impide su reencarnación (su nacimiento), pero con el agravio además de que en el aborto ese ser destruido es una víctima frágil que no tiene brazos fuertes para poder defenderse, ni voz para poder suplicar piedad y ni tan siquiera sus lágrimas van a poder sensibilizar a quienes antes de que pueda salir hacia la bendición de la Luz ya han decidido deshacerse de él.

El feto es un ser que se está desarrollando en el vientre de su madre durante esos meses de gestación, es un ser que ya tiene vida emocional propia, que es capaz de registrar perfectamente informaciones y experiencias del medio exterior, experimentando placer o desagrado, tristeza o alegría, inquietud o bienestar.
La relación de la criatura con su madre es una relación viva e intensa, en la que se produce un constante intercambio de energías entre ambos; por tanto la madre puede ir creando, según sean los pensamientos hacia su hijo, una atmósfera psíquica agradable o desagradable que envolverá al feto y que hará que éste vaya sintiendo y percibiendo cuales son los sentimientos de afectividad o de rechazo de ella hacia él, lo que sin ningún género de dudas puede favorecer o perjudicar el desarrollo de la gestación.
Tal como nos enseñan nuestros Amigos Espirituales: “El proceso de gestación es una sublime etapa para que el hijo se integre con sus padres y acompañe el desenvolvimiento de su cuerpo material con emoción y esperanza, donde habrá constantes cambios de fluidos entre la madre y la criatura.” (Mi vida en gestación de Abel Glaser y Cayo Mario) Y esa criaturita si se plantea la interrupción de su gestación vive el problema intensamente; se angustia y sufre terriblemente, sintiéndose rechazado y creándose en él un trauma y una dolorosa sensación de no ser querido, siendo consciente además de que se está decidiendo sobre la posibilidad de cortar de una forma violenta y mísera su camino hacia la vida física. 
Por tanto, me gustaría que nos quedara bien claro y que asumamos en toda su trascendencia que el Amor representa, en el contexto de la relación entre madre e hijo, la maravillosa fuerza que ha de impulsar un nuevo inicio de vida y el punto de partida fundamental para la reencarnación de un espíritu, que ha de ir consolidándose poco a poco en el claustro materno y que lo más importante para el ser en gestación es sentirse amado y querido.






Consecuencias para el Espíritu abortado

Insistir aquí una vez más, en que la particularidad de cada caso puede determinar situaciones absolutamente individuales y diferentes unas de otras. En general, para el espíritu ver cortado su camino a la vida física por un aborto significa una enorme frustración, una pérdida preciosa de tiempo y un gran sufrimiento moral, acompañado, al mismo tiempo, de gravísimas lesiones periespirituales y de un fuerte trauma mental.
Podemos encontrar desde la reacción más positiva de un espíritu evolucionado que sabrá sobreponerse al terrible acto sin dejarse llevar por el odio y resentimiento y que desde pronto podrá estar capacitado para intentar una nueva inmersión en el mundo carnal, hasta la reacción más negativa del espíritu que viendo su cuerpo en formación aniquilado y sometido a terribles mutilaciones reacciona de una manera más descontrolada y agresiva, pues al sentirse traicionado, despreciado y expulsado de las entrañas maternas, el espíritu transforma su mundo íntimo que era de alegría y de esperanza, hacia las emociones traumatizantes de odio y de venganza, revolviéndose con inmenso dolor y angustia contra aquellos causantes de su desgracia, pudiendo acarrear unas consecuencias negativas de variada tipología.


Una gran mayoría de espíritus abortados son recogidos y llevados a hospitales de la espiritualidad, donde son tratados hasta que puedan recuperar su forma espiritual adulta. Algunos de ellos responden de forma positiva a la terapia y, en más o menos tiempo, pueden recobrar su anterior configuración; pero otros espíritus por el contrario, como consecuencia del gran choque y trauma mental que sufren, quedan mentalmente bloqueados y son incapaces de reaccionar correctamente al tratamiento, mostrándose su periespíritu con grandes deformaciones. Otras veces ocurre que el espíritu rechazado se niega a colaborar no queriendo rehacer su forma espiritual, creyendo en su dolor e ingenuidad que si permanece en la forma infantil tendrá antes otras opciones para proseguir en su proceso de reencarnación.


El aborto provocado nunca es una solución para nadie; ni para el ser en gestación que, además de ver frustrada su vuelta al plano físico, sufrirá a distintos niveles aún en el plano espiritual las consecuencias de un acto tan lleno de violencia. Pero tampoco es una salida para los padres y personas que de una u otra manera se hayan involucrado en el acto, pues con su actitud y según haya sido su grado de participación, intencionalidad y conocimiento, generarán nuevos e ineludibles compromisos para un futuro que, de uno u otro modo y según cada caso, tendrán que reparar el error cometido.
En ningún momento voy a hablar de esas consecuencias para los padres, médicos o personas que hayan apoyado el aborto. Y no lo voy a hacer porque yo no quiero que el miedo a posibles consecuencias negativas sea el factor que lleve a decir ¡No al aborto!; sino que,por el contrario, mi deseo es que el aborto sea vencido por el Conocimiento, el Respeto y el Amor al ser que está reencarnando. Porque el miedo es un sentimiento negativo que daña y anula a la persona y, sin embargo, el Amor es el sentimiento universal positivo por excelencia que engrandece al ser humano y que tiene la milagrosa y maravillosa propiedad de poder transformar su corazón.



Los padres no son dueños de sus hijos

Tener en nuestras manos la posibilidad de decidir sobre la interrupción de un embarazo, con todas las consecuencias que ello conlleva, es siempre una decisión de extrema responsabilidad; porque se está decidiendo sobre la posibilidad de denegar la vida a un ser, atentando contra las leyes naturales y contra los designios de Dios.
Por tanto, después de haberse producido la fecundación y, a pesar de las múltiples justificaciones que se puedan alegar, sean cuales sean, la interrupción de un embarazo es siempre un lamentable error, un ultraje y un desprecio hacia el ser en gestación. Ser en gestación que desde el primer momento trae consigo en las entrañas maternas un mensaje para sus padres, que si éstos supieran leer en el gran libro de las Leyes de Dios lograrían ver su contenido, que más o menos podría ser el siguiente: “Vosotros habéis sido escogidos por Mí para educar y proteger a esta alma que pongo en vuestras manos. Ella es única e irrepetible, pues no existe ni existirá otra igual. Respetadla y amadla sean cuales sean las circunstancias en que os sea entregada. Sobre todo, recordad que no os pertenece, sino que Yo os la cedo a vuestro cuidado hasta el día en que os llame para preguntaros que habéis hecho con ella. Firmado: Dios". 
Porque los hijos no son de los padres ni les pertenecen, pues ellos no han creado al espíritu de su hijo, sino que el hijo que ahora viene al mundo físico ya existe desde mucho antes del acto sexual que origina la concepción del nuevo ser. Los hijos son hijos de Dios, que vienen al mundo físico a través de los padres, quienes de esta manera colaboran en Su obra proporcionando al espíritu los materiales necesarios para que pueda formar su nueva vestimenta carnal; de manera que debemos desterrar el concepto de que los padres puedan atribuirse el derecho o la capacidad para decidir sobre la posibilidad o no de cortar el camino a la vida física de un espíritu, frustrando mediante el aborto su proceso de reencarnación.
Debe quedar bien claro también, de que el derecho de vida del feto ha de estar siempre por encima del confort psicológico y del libre albedrío de los padres, pues el interés y el beneficio espiritual ha de ser siempre un bien superior a los intereses transitorios, inmediatistas y materiales de la vida carnal.


Conclusiones finales

Como he dicho al principio, tan sólo he pretendido despertar las conciencias anestesiadas por la ignorancia, el materialismo y el egoísmo tan absoluto que dominan en la sociedad actual y, a cambio, proponer las maravillosas enseñanzas que ofrece el Espiritismo, dando a conocer la realidad que envuelve al embrión o al feto y reivindicar, al mismo tiempo, el derecho de ese espíritu que podría ser en un futuro cualquiera de nosotros, a disfrutar de la bendición que significa poder disponer de un nuevo cuerpo carnal.
Porque un embrión o un feto es mucho más que ese cuerpecito físico que se está formando y ya posee una dignidad intrínseca en sí mismo conferida por el simple hecho de la presencia de un espíritu inmortal, que desde el mismo instante de la fecundación ya está ligado a ese nuevo ser en vías de formación.
Por tanto el ser en gestación, sin importar su estado transitorio de desarrollo, debe ser siempre considerado y contemplado como lo que es en esencia, un espíritu, un hijo de Dios; que precisa de un cuerpo carnal para poder continuar trabajando en su evolución, igual que cada uno de nosotros. Y nadie tiene la potestad para decidir sobre la vida de otro ser, ni la capacidad de dictaminar sobre quién puede o no puede iniciar el próximo compromiso en el mundo físico, impidiendo esa oportunidad que significa poder nacer. Oportunidad, por otra parte, que a ninguno de los que estamos hoy aquí presentes se nos ha denegado. Que por deficiente, precaria o defectuosa que pueda ser en apariencia o bien aunque sea generada en las condiciones más adversas, el Espiritismo nos enseña a respetar y a que entendamos que la vida está siempre plena de sentido y de valor; porque toda vida en gestación sin excepción, está siempre orientada por una causa superior cuya ley áurea es el Amor y cuya finalidad, por difícil que sea a veces comprenderlo, es proporcionar al espíritu y también a los padres una oportunidad para mejorar.
Cuando nos hayamos concienciado y asumido en toda su trascendencia de esa realidad, se conseguirá poco a poco derrumbar ese terrible triángulo formado por la ignorancia, el materialismo y el egoísmo. Entonces, la ignorancia será vencida por el Conocimiento, el materialismo dejará paso a la Espiritualidad y, finalmente, Conocimiento y Espiritualidad transformarán al egoísmo en Respeto y Amor a la vida en general y, en concreto, a ese ser que se está desarrollando en el vientre materno. Como consecuencia final de todo ello el aborto desaparecerá y, en su lugar, sea en las condiciones y circunstancias que sean, porque siempre existirán poderosas y superiores razones que así lo determinen; resplandecerá la Vida que, sin excepción, desde el mismo instante de su concepción, ya posee siempre la mano de Dios bendiciéndola.
“Precisamos alertar a toda la humanidad de que ella está en la Tierra para exaltar la Ley de Amor, y nadie merece ser más amado que aquel que implora un cuerpo de carne para cumplir sus tareas reencarnatorias” (Deixe-me viver – Irene P.Machado)
Finalmente, si el feto puede completar todo su desarrollo previsto, llega el maravilloso momento del nacimiento de un bebé, que no es otra cosa que la reencarnación de un espíritu; siendo entonces cuando la criaturita abre los ojos y la boca con sus primeros gritos y lloros, mostrando, y porqué no, tal vez la impotencia que siente al no poder expresar aún claramente su gratitud y gritar: ¡GRACIAS, POR DEJARME NACER!




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