La filosofía Espirita
Fundada en observaciones y en experiencias psicológicas y en una lógica y una dialéctica superiores, nos enseña que el espíritu humano lleva en sí mismo los principios y la ley de su evolución moral, identificados con su esencia y con la esencia del Ser infinito; que, aunque finito y relativo, es infinito en su perfectibilidad, así como Dios es infinito en su perfección, y entre perfectibilidad y perfección no puede haber contradicción esencial, ni arbitrariedad, ni desarmoniza.
El hombre es relativamente libre dentro de su finitud y de la ley moral, que no es ni extraña ni opuesta a su esencia ni a su finalidad de perfeccionamiento sino que, como hemos dicho anteriormente, es el mismo espíritu moviéndose, accionando y reaccionando consciente o inconscientemente, en virtud de una causalidad y de un fin, dentro de determinadas condiciones naturales y sociales y de las leyes y causas concurrentes que rigen la evolución en general.
Así como las corrientes del mar no impiden que los peces se muevan en él con relativa libertad material, aun siguiendo –quizá sin saberlo-el curso de las aguas, sujetos a las condiciones e influencias del medio en que se desarrollan, a las cuales responden con sus medios de defensa y facultades de natación y traslación; del mismo modo las corrientes de la vida natural y social no impiden al espíritu humano determinarse en el seno de la naturaleza y de la sociedad con relativa libertad moral, respondiendo con sus facultades superiores a las influencias del medio en que actúa y condicionando este medio, natural o social, para la realización de sus fines, sin contradecir, por esto, las leyes de la naturaleza y de la sociedad, y no me refiero solamente a los términos positivos sino también a los términos negativos que complementan las leyes.
Pues no hay que olvidar que en el concepto dialéctico del Espiritismo, toda ley natural, humana o divina, supone dos términos; uno positivo y otro negativo, dentro de los cuales se desenvuelve la relativa libertad del hombre. Las causas fenomenales, las influencias y los factores de todo orden que obran en nosotros, sobre nosotros y aun aparentemente en contra de nuestros propósitos más nobles, son la condición necesaria –pero de efectos contingentes-, del desarrollo de nuestra personalidad psíquica y moral; no son ellas la que determinan, las que trazan una dirección al proceso de nuestra vida: ellas son únicamente la materia, el elemento indispensable de nuestras determinaciones; puede considerárselas, a lo sumo, y en un limite también restringido, como causas motrices de la evolución, pero no son ellas las que trazan la dirección al proceso evolutivo individual o social.
La verdadera causalidad substancial y directriz radica en el hombre en su espíritu, con ella responde a las causas fenomenales y les imprime la dirección que conviene a sus fines o, mejor dicho, se orienta a través de ellas, por que las causas fenomenales son pasajeras, mientras que el espíritu preexiste y subsiste a ellas. En el orden moral como en el orden físico no hay efecto sin causa y los hechos o fenómenos se encadenan en uno como en otro en una causalidad o serie de causas o efectos, de acciones y consecuencias que determinan un proceso cíclico, el cual se encadena a otros y así sucesivamente; pero en el orden moral la causa esencial y determinante es el espíritu y no la causalidad fenomenal que, en el proceso de la evolución, esta subordinada a aquél; mientras que en el orden físico la causalidad es puramente fenomenal, los fenómenos se producen fatalmente en virtud de sus antecedentes causales (cuando no están supeditados a la voluntad de un ser inteligente) sin que preexista ni subsista a ellos una causa esencial y directriz.
Manuel Portiro |
Tampoco hay causa sin efecto, lo mismo en el orden moral que en el orden físico; pero en el primero, a diferencia de los fenómenos físicos, la causa obra sobre un ser consciente, inteligente y volitivo que puede exteriorizarla en acto o no, y los efectos están sujetos a contingencias: una misma causa puede tener consecuencias distintas, porque las determinaciones dependen de la voluntad de un ser activo característico y no del antecedente causal, que sólo tiene razón suficiente para provocar un efecto, pero la calidad del efecto, el carácter de la resolución, la dirección de la conducta y la consecuencia moral no dependen de él. No obstante el efecto se produce y la consecuencia subsiste, pero no es unilateral como sucede con los efectos físicos que, según el principio de las leyes (que no debe confundirse con el principio de causalidad) exige que las mismas causas produzcan siempre los mismos efectos.
En el orden moral, las mismas causas pueden producir efectos distintos, y de ahí que la ley de causalidad sea bilateral y, por lo tanto, no sea fatalista y deje al espíritu en libertad relativa para tomar decisiones y dirigir su conducta. “El fatalismo – como dice el ilustre Flammarión – es la doctrina de los somnolientos; los fatalistas esperan los acontecimientos (o se dejan arrastrar por ellos), lo que ellos suponen que ha de producirse a pesar de todo, por encima de todo. Por el contrario, nosotros trabajamos y cooperamos en la marcha de los acontecimientos. Lejos de ser pasivos, somos activos, construimos nosotros mismos el edificio del porvenir.
El determinismo no debe confundirse con el fatalismo. Este representa la inercia; el primero representa la acción”. Pero entendamos que el determinismo espiritualista, en el concepto espiritista de la palabra, no debe confundirse con el determinismo materialista ni con el determinismo teológico, que subordinan la voluntad a los hechos ciegos o predestinados y colocan, respectivamente, el azar y el destino, donde el Espiritismo, como compensación a los esfuerzos, pone la finalidad, que es perfeccionamiento indefinido, actividad consciente y voluntaria, dirigida hacia un mayor progreso moral y espiritual, hacia una mayor justicia, un mayor bien individual y social hacia una mayor comprensión de nuestra personalidad, de la naturaleza y del Ser infinito que rige sus leyes.
Desde un punto de vista más trascendental y teniendo en cuenta que la evolución espiritual del ser humano no está limitada entre el nacimiento y la muerte, la ley de causalidad moral, llamada también de causas y efectos o simplemente karma, se extiende al proceso del espíritu, abarcando sus anteriores existencia o encarnaciones sucesivas, pero esta causalidad extendida a tiempos y formas pretéritas, está siempre determinada por el espíritu en su evolución de lo inconsciente a lo consciente o, mejor dicho, de una inconsciencia relativa a una mayor conciencia, ya que una inconsciencia absoluta en un ser biopsíquico es inconcebible.
El encadenamiento de hechos y consecuencias, en las sucesivas personalidades que dan forma biológica a nuestra individualidad psíquica a nuestro yo permanente e indestructible, determina, por la acción y dirección del espíritu, el progreso moral y espiritual que suma cada una de nuestras existencias. Lo que somos hoy, en actividad, es la consecuencia de lo que fuimos ayer, y lo que seremos mañana, depende de lo que seamos hoy, y digo de lo que seamos y no de lo que somos, porque en nuestro concepto dialéctico de la evolución, nada está en reposo, todo llega a ser, como decía Heráclito comparando la vida con la corriente de un rió.
Extraído del libro "El Espiritismo frente al problema Social" Manuel Porteiro.
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