lunes, 19 de septiembre de 2011

Estudiando "El libro de los Espíritus"

¿Dios existe? Y, si existe,
¿dónde está?
 por Wellington Bossi.

Para creer en Dios basta con echar una ojeada a las obras de la Creación. El Universo existe. Tiene, pues, una causa. Dudar de la existencia de Dios equivaldría a negar que todo efecto tiene una causa y afirmar que la nada ha podido crear algo.

El Libro de los Espíritus nos trae, en su primer capítulo, definiciones básicas de lo que es Dios, e cómo es posible creer en Él, y sobre dónde estarían las pruebas de su existencia. La pregunta número uno es: “¿Qué es Dios?”. La respuesta es de lo más sencilla y esclarecedora. “Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas”. El estudio de la primera obra espírita de Allan Kardec nos ofrece aclaraciones que difícilmente encontraremos en otro lugar. Basado en las respuestas de los Espíritus, el libro nos trae definiciones que pueden parecer fruto de un raciocínio lógico o teórico, pero sin estas cuestiones básicas no iríamos muy lejos en nuestros estudios. Dios es eterno: Si hubiera tenido principio, habría surgido de la nada, o bien hubiera sido creado por un ser anterior a Él. Así, poco a poco, nos remontamos hasta lo infinito y la eternidad. Es inmutable: Si Él se hallara sujeto a cambios, las leyes que rigen el Universo no poseerían ninguna estabilidad. Es inmaterial: Vale decir, que su naturaleza difiere de todo lo que llamamos materia. De lo contrario no sería inmutable, debido a que se encontraría sujeto a las transformaciones de la materia.
Es único: Si existieran varios dioses no existiría ni unidad de propósitos ni unidad de poder en la ordenación del Universo. Es todopoderoso: Porque es único. Si no poseyera el soberano poder habría algo más poderoso que Él o tan poderoso como Él. No hubiera creado la totalidad de las cosas, y aquellas que Él no hubiera hecho serían obras de otro dios. Es soberanamente justo y bueno: La providencial sabiduría de las leyes divinas se pone de relieve así en las cosas más pequeñas como en las más grandes, y esa sabiduría no permite dudar ni de su justicia ni de su bondad. A pesar de las definiciones sobre las características de la naturaleza de Dios, los Espíritus nos relatan que “La inferioridad de las facultades del hombre no le permiten comprender la íntima naturaleza de Dios. En la infancia de la humanidad, el hombre lo confunde a menudo con la criatura, cuyas imperfecciones le atribuye. Pero, conforme el sentido moral se va desarrollando en él, su pensamiento penetra mejor en el fondo de las cosas y se forma acerca de Dios una idea más justa y más de acuerdo con la sana razón, si bien siempre incompleta.”
La pregunta número 9 dice: ¿En qué se conoce, en la causa primera, una inteligencia suprema, superior a todas las demás? “Tenéis un proverbio que expresa: “Por la obra se conoce a su autor”. Y bien, mirad la obra y buscad al autor. El orgullo es el que engendra la incredulidad. El hombre orgulloso no quiere nada que esté por encima de él, de ahí que se llame “espíritu fuerte.” ¡Pobre ser a quien puede abatir un soplo de Dios!”. El poder de una inteligencia se juzga por sus obras. Puesto que ningún ser humano puede crear lo que la Naturaleza produce, la causa primera es, por tanto, una inteligencia superior a la humanidad. Sean cuales fueren los prodigios efectuados por la inteligencia del hombre, tiene ella también una causa, y cuanto más grande sea lo que realiza, tanto más grande será la causa primera. Esta es aquella Inteligencia que constituye la causa primera de todas las cosas, no importa el nombre con el cual la designemos.
La armonía que rige las fuerzas del Universo muestra combinaciones y miras determinadas y, por lo mismo, revela un poder inteligente. Atribuir la formación al azar sería una falta de sentido, por cuanto la casualidad es ciega y no puede producir los efectos de la inteligencia. Un azar inteligente dejaría de ser tal. La inteligencia de Dios se pone de manifiesto en sus obras, así como el pintor en su tela. Pero las obras de Dios no son Dios mismo, de la manera que el cuadro no es el artista que lo concibió y ejecutó. No sabemos todo lo que Dios es, pero
sabemos todo lo que no puede dejar de ser, y aquel sistema se halla en contradicción con sus atributos más esenciales, porque confunde al Creador con la criatura, del mismo modo que si se pretendiera que una máquina ingeniosa fuese parte integrante del mecánico que la ha diseñado.



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