El Espíritu y la Locura
Wellington Bossi y Jonathan Levy
La observación de que algunos trastornos mentales, como la esquizofrenia y la psicosis maníacodepresiva, mostraban una carga familiar, procede de siglos atrás. La investigación genética empezó a interesarse por los trastornos psiquiátricos en la segunda mitad del siglo XX, a partir de diversos estudios epidemiológicos que mostraban la influencia que la herencia tenía en el desarrollo de los trastornos mentales. Uno de los estudios pioneros en la demostración del componente hereditario en los trastornos psiquiátricos fue el realizado por el grupo de Kety, en la década de los sesenta, sobre un grupo de esquízofrénicos adoptados que mostraban una mayor incidencia de la enfermedad en los familiares biológicos de estos enfermos.
Posteriormente se han realizado numerosos estudios de epidemiología genética (estudios en familias, gemelos y adoptados) en distintos trastornos mentales, que han confirmado y han permitido cuantificar la contribución genética en la causa de los mismos. A partir de estos hallazgos, se empezó a aplicar en psiquiatría la tecnología de la genética molecular, en un intento de identificar los genes causantes de las mismas. La atención se centró inicialmente en patologías con una clara agregación familiar, como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, que han sido objeto de un mayor número de estudios. Posteriormente se han incorporado como objetivo de la investigación genética otras entidades en las que se ha ido evidenciando un componente familiar, como el alcoholismo, las demencias (en particular la enfermedad de Alzheimer), el trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno de pánico, la depresión o el trastorno antisocial de la personalidad, entre otros. Los estudios genéticos se han extendido además a otras enfermedades en las que no está claramente establecida la existencia de una base hereditaria, en ocasiones por ausencia de investigaciones sistemáticas, en los que el objetivo se centra más en la búsqueda de claves sobre su fisiopatología que en el hallazgo de un patrón de herencia en las mismas. Así, en los últimos años se ha extendido la investigación al estudio del autismo, los trastornos del control de impulsos, el retraso mental, los trastornos alimentarios, y también la exploración de determinados rasgos, conductas, capacidades psicológicas y sus variaciones, incluyendo cuestiones tan complejas como la inteligencia o los rasgos de personalidad.
En los últimos años se ha producido un importante desarrollo de la investigación genética de los trastornos mentales y se ha reconocido un componente hereditario en muchos de ellos. Sin embargo, la naturaleza compleja de estas patologías y otros factores de orden metodológico han contribuido a que los resultados hasta ahora obtenidos no sean proporcionales al esfuerzo realizado. Los hallazgos han puesto en evidencia la complejidad genética de estos trastornos, que no se ajustan a un modelo de herencia mendeliano. A vista de los conocimientos actuales, parece que las enfermedades psiquiátricas seguirían un modelo de herencia poligénico (múltiples genes) y multifactorial (producidas por múltiples factores, tanto genéticos como ambientales), en el que podrían ser muchos los genes implicados en la etiopatogenia. La ciencia opina que los factores ambientales tendrían según este modelo un papel destacado, y sería la interacción compleja entre los factores genéticos y ambientales la que explicaría el desarrollo de estos trastornos, si bien las técnicas disponibles en la actualidad no permiten por el momento esclarecer la naturaleza de dichas interacciones. El Espiritismo nos dice que cualquier gran preocupación intelectual puede acarrear la locura. Ciencias, artes, y hasta la religión, aportan a ella sus contingentes. La locura tiene por causa primera una predisposición orgánica del cerebro, que lo hace más o menos susceptible a ciertas impresiones. Existiendo una predisposición a la demencia, ésta tomará el aspecto de la preocupación principal del individuo, que se convierte entonces en una idea fija. Tal idea fija podrá ser la de los Espíritus, en quien se ha ocupado de ello, como puede ser asimismo la de Dios, los ángeles, el diablo, la fortuna, el poder, un arte, una ciencia, la maternidad o un sistema político o social. Es probable que el demente religioso se transforme en un demente espírita, si su preocupación dominante ha sido el Espiritismo, así como el demente espírita lo hubiera sido por otro motivo, según las circunstancias. Entre las causas más numerosas de la sobreexcitación cerebral hay que incluir las desilusiones y desgracias, así como los afectos contrariados, que son al mismo tiempo las causas más frecuentes de suicidio. Ahora bien, el verdadero espírita contempla las cosas del mundo desde un punto de vista tan eleva-do, ellas se le muestran tan pequeñas y mezquinas en comparación con el porvenir que le aguarda, la vida es para él tan corta y efímera que las tribulaciones no son, a sus ojos, sino los incidentes desagradables de un viaje. Aquello que en otra persona produciría una emoción violenta, a él le afecta medianamente. Sabe, además, que los pesares de la vida son pruebas que concurren a su adelanto si las sufre sin murmurar, por cuanto se le recompensará según sea el valor con que las soportó. Así pues, sus convicciones le dan una resignación que le preserva de la desesperación y, por consiguiente, de una de las causas más comunes de locura y suicidio. Conoce también, por la prueba que el ofrecen las comunicaciones con los Espíritus, la suerte que toca a aquellos que abrevian voluntariamente su vida, y el cuadro que se le presenta es adecuado para moverlo a reflexión. De ahí que sea considerable el número de personas que han sido detenidas en esa pendiente funesta. Es ese uno de los resultados del Espiritismo. En la locura: ¿cuál es la situación del Espíritu? Pues, en estado de libertad, el Espíritu recibe directamente sus impresiones y ejerce asimismo de manera directa su acción sobre la materia, pero, si se encuentra encarnado, se halla en condiciones del todo diferentes y en la necesidad de hacerlo sólo con ayuda de órganos especiales. Si una parte o el conjunto de tales órganos se han alterado, su acción o sus impresiones, en lo que a dichos órganos concierne, se ven interrumpidas. Si pierde los ojos se vuelve ciego. Si se trata del oído, se torna sordo, etcétera. Ahora, figúrate que el órgano que preside los efectos de la inteligencia y de la voluntad sea parcial o enteramente afectado o modificado, y te será fácil comprender que, no teniendo ya el Espíritu a su servicio sino órganos incompletos o desnaturalizados, de ello debe resultar una perturbación de la que el Espíritu para consigo mismo y en su fuero interno tiene perfecta conciencia, pero cuyo curso no es dueño de detener.
Entonces ¿es siempre el cuerpo y no el Espíritu el que está desorganizado? En efecto, pero no hay que perder de vista que, así como el Espíritu obra sobre la materia, ésta reacciona sobre él en cierta medida, y el Espíritu puede encontrarse momentáneamente impresionado por la alteración de los órganos por los cuales manifiesta y recibe sus impresiones. Puede suceder que a la larga, cuando la locura haya durado mucho tiempo, la repetición de los mismos actos termine por ejercer sobre el Espíritu una influencia de la que no es liberado sino después de haberse separado por completo de toda impresión material. ¿Cómo puede la alteración del cerebro reaccionar sobre el Espíritu después de la muerte? Es un recuerdo. Un peso oprime al Espíritu, y como no ha tenido conocimiento de cuando ha ocurrido durante su demencia, siempre necesita cierto tiempo para volver a ponerse al corriente de la situación. De ahí que, cuanto más haya durado su locura en vida, más durará su molestia, el constreñimiento después de la muerte. El Espíritu desprendido del cuerpo sigue sintiendo durante algún tiempo la impresión de sus ligaduras.
El Espiritismo afirma que el noventa por ciento de los casos de locura, exceptuando aquellos que se originan por la infección, degeneración o malformación, es producto de las consecuencias de las faltas graves que practicamos, con la impaciencia o con la tristeza, es decir, mediante actitudes mentales que imprimen deplorables reflejos a los que las acogen y alimentan. Una vez insta-ladas esas fuerzas desequilibrantes en el interior, se inicia la desintegración de la armonía mental. Ésta a veces perdura, no solo en una existencia, sino en varias, hasta que la persona se disponga, con fidelidad, a valerse de las bendiciones divinas que le adornan, para restablecer la tranquilidad y la capacidad de renovación que le son inherentes, en un bendito servicio evolutivo. Es imposible pretender la cura de los locos mediante procesos exclusivamente objetivos. Es indispensable penetrar el alma y la médula de la personalidad, mejorar los efectos ayudando a las causas; por consiguiente, no restauraremos cuerpos enfermos sin los recursos del Médico Divino de las almas, que es Jesucristo.
Los médicos harán siempre mucho, intentando rectificar la disfunción de las células; no obstante, es necesario intervenir en los orígenes de las perturbaciones. Al decir esto, no subestimamos el trabajo de los psiquiatras y psicólogos abnegados, que invierten su existencia en la dedicación a los semejantes, ni decimos que todos los enfermos, sin excepción, no puedan recibir la ayuda de los tratamientos médicos, tan necesarios en muchas personas, como una “ducha para los nervios sucios”. Cuando tratamos a nuestros hermanos, que sufren lesiones del periespíritu, consecuencias vivas de sus actos, registrados por la justicia universal, es indispensable, para asistirlos con éxito, remontarnos al origen de las perturbaciones que les molestan; y esto se hará no mediante el psicoanálisis sino ayudándoles con la fuerza de la fraternidad y del amor, para que alcancen la imprescindible comprensión de que deben cambiar, reajustando sus propias fuerzas.
La personalidad no es obra de la fábrica interna de las glándulas, sino producto de la química mental. La medicina podrá hacer mucho con fármacos, como una ayuda rápida a los conjuntos celulares, pero no sanará las lesiones del pensamiento. La genética, un poco hoy, un poco mañana, podrá interferir en las cámaras secretas de la vida humana, modificando la armonía de los cromosomas, en el sentido de imponer determinadas características físicas al embrión, pero no alcanzará la zona más alta de la mente, que mantendrá características propias, independiente de la forma exterior o de las convenciones establecidas. La medicina inventará mil modos de ayudar al cuerpo tocado en su equilibrio interno, por esa difícil labor, nos merecerá siempre una sincera admiración y ferviente amor, pero debemos practicar la medicina del alma, que ampare al espíritu envuelto en las sombras.
Bibliografía: Libro de los Espíritus,
Mundo Mayor, entre otros.