Estudiando el Libro de los Espíritus
Pluralidad de las Existencias
Wellington Bossi, revista Visión Espírita n º 11
En las últimas ediciones de nuestra revista, hemos estudiado la encarnación de los espíritus y el retorno de la vida corpórea a la vida espiritual. Hoy profundizaremos en la reencarnación. Ya estamos en el capítulo IV, donde empezaremos por la pregunta 166 del Libro de los Espíritus, de Allan kardec. Consideramos como encarnación al período en que estamos “vivos” en la tierra; es decir, ligados a la materia. La reencarnación se refiere a cada una de las veces que se pasa por esa experiencia, partiendo del principio de que somos seres espirituales e inmortales; lo que implica que la vida no se acaba con la muerte, es apenas el retorno a lo que somos en realidad, ¡Espíritus! Tener que pasar por esas experiencias nos lleva a pensar que por detrás de todo eso habrá una finalidad. ¡Sí, la hay! Expiación, mejoramiento progresivo de la humanidad, definen los espíritus de la codificación espírita. Cuando fuimos creados desde un principio, no éramos como creemos que somos hoy, nacemos simples e ignorantes, y poco a poco vamos aprendiendo y evolucionando.
La pregunta 171 nos dice: -“¿En qué se funda el dogma de la reencarnación? - En la justicia de Dios y en la revelación, porque sin cesar os lo repetimos: Un buen padre deja siempre a sus hijos una puerta abierta para el arrepentimiento. ¿No te dice la razón, que sería injusto privar para siempre de la dicha eterna a todos aquellos de quienes no han podido mejorar? ¿Acaso todos los hombres no son hijos de Dios? Sólo entre los humanos egoístas se encuentra la iniquidad, el odio implacable y los castigos sin perdón. Todos los Espíritus tienden a la perfección y Dios les provee de los medios de obtenerla mediante las pruebas de la vida corporal. Pero, en su justicia, les reserva que cumplan en nuevas existencias lo que no pudieron hacer o perfeccionar en una primera prueba. No estaría de acuerdo con la equidad y la bondad de Dios, castigar para siempre a aquellos que han podido encontrar obstáculos para su mejoramiento, independientemente de su voluntad y en el medio mismo donde se hallaban ubicados. Si la suerte del hombre, después de su muerte, estuviera irremediablemente fijada, Dios no habría pesado las acciones de todos con la misma balanza y no los hubiera tratado con imparcialidad.
La doctrina de la reencarnación es aquella que consiste en admitir para el hombre muchas existencias sucesivas; es la única que responde a la idea que nos formamos de la justicia de Dios para con hombres de una condición moral inferior, la única que puede explicarnos el porvenir y fundamentar nuestras esperanzas, puesto que nos ofrece el medio de rescatar nuestras faltas mediante nuevas pruebas. La razón nos lo indica y los Espíritus así lo enseñan. El hombre que tiene conciencia de su inferioridad encuentra en la doctrina de la reencarnación una esperanza consoladora. Si cree en la justicia de Dios no puede esperar que será por siempre diferente de aquellos que han obrado mejor que él. El pensamiento de que esa inferioridad no lo deshereda para siempre del bien supremo, y que podrá conquistarlo por medio de nuevos esfuerzos, lo sostiene y reanima su valor. ¿Quién al término de su carrera no lamenta haber adquirido demasiado tarde una experiencia que ya no puede aprovechar? Pero esa experiencia tardía no está perdida, pues la aprovechará en una nueva existencia.
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